jueves, 25 de julio de 2019

Cuando la barba de tu vecino veas cortar... la situación de la Iglesia europea

El papa Francisco con el cardenal Reinhard Marx, presidente de la Conferencia Episcopal alemana

El papa Francisco ha escrito una carta a la Iglesia alemana (29 de junio de 2019). Como en casi todas las iglesias europeas, incluida la española, la vitalidad del cristianismo alemán decae en múltiples indicadores: asistencia dominical, práctica sacramental, vocaciones, identificación de los cristianos con su Iglesia, relevancia social y cultural... Son los síntomas y las consecuencias del proceso secularizador propio de la modernidad. Pero también los rasgos propios de la crisis eclesial por pérdida de vigor espiritual y empuje evangelizador. Ni que decir tiene que, como ocurriera antes en Francia y ahora en Alemania, lo que vemos en nuestras iglesias hermanas de Europa, ya lo estamos constatando plenamente también aquí, en España. De hecho, esa crisis ya es actual, en mayor o menor medida, con diferencias de intensidad según los territorios, para nuestra realidad eclesial hispana. Por ello, merece la pena aplicarnos las reflexiones que el papa propone para Alemania y tomar nota de sus adevertencias y propuestas.
Lo primero que hay que decir es que el papa es realista, conoce la existencia de esa crisis: "concido con ustedes -les dice a los obispos alemanes- en lo doloroso que es constatar la creciente erosión y decamiento de la fe con todo lo que ello conlleva, no solo a nivel espiritual sino social y cultural" (n. 2), hasta el punto de que para el papa la crisis es más profunda que un simple cambio de ciclo: "Somos concientes de que no vivimos solo un tiempo de cambios, sino un cambio de tiempo que despierta nuevas y viejas preguntas".
Ante esta situación, Francisco nos advierte de falsas soluciones, que lejos de responder a los problemas acabaría por agravarlos. Concretamente, y como ya hiciera en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), que está por debajo de la espiritualidad y eclesiología que alimentan esta reflexión, se trata del neopelagianismo y la mundanidad. Con ellos se refiere el papa a creer que las soluciones son exclusivamente de tipo operativo, que solamente dependen de nuestras fuerzas y cualidades. No se trata, pues, de mera estrategia y organización, sino de algo más profundo y comunitario: "Por tanto, velen y estén atentos ante toda tentación que lleve a reducir el Pueblo de Dios a un grupo ilustrado" (n. 10).
En lugar de ese tacticismo soberbio y elitista, el papa propone para hacer frente a la situación, sin que ello suponga la garantía de un éxito total, tres claves que también proceden de la Evangelii gaudium y que convergen en procesos de conversión pastoral y siempre en clave teologal, es decir, abierto al Espíritu Santo como "luz y guía para enfrentar estos desafíos" (n. 6).

  • Sinodalidad y sentido eclesial. El Pueblo de Dios es más que la jerarquía y su vitalidad dependen en gran medidad de que fluya el diálogo entre todas sus esferas. Este diálogo es en sí mismo ya un fin: "Esto estimula poner en marcha procesos que nos construyan como Pueblo de Dios más que la búsqueda de resultados inmediatos que generen consecuencias rápidas y mediáticas" (n. 3). Luego hay que ahondar en la eclesiología del concilio Vaticano II para no retroceder en la intuición básica de vivir la fe en comunidad y la Iglesia como Pueblo. El papa insiste con fuerza en que nos sintamos y vivamos nuestra fe y vocación como parte de toda la Iglesia.
  • Primado de la evangelización. Es el ser y el método de la Iglesia. No es mera planificación, sino seguimiento y fidelidad: "La evangelización, así vivida, no es una táctica de reposicionamiento eclesial en el mundo de hoy o un acto de conquista, dominio o expansión territorial; tampoco un 'retoque' que la adapte al espíritu del tiempo, pero que le haga perder su originalidad y profecía; como tampoco es la búsqueda para recperar hábitos o prácticas que daban sentido en otro contexto cultural. No. La evangelización es un camino discipular de respuesta y conversión en el amor a Aquél que nos amó primero (1Jn 4, 19)" (n. 7) Como se ve, esta sería la dimensión mística de la visión que tiene el papa del futuro de la Iglesia y que sostiene o fundamenta toda su propuesta para la hora presente. Mïstica que no ignora sino que incluye como parte esencial de su trasfondo divino la centralidad del amor al pobre y la prioridad de salir a las periferias, lugares privilegiados para sentir la alegría del Evangelio.
  • Viglia y conversión. Junto a una eclesiología más comunitaria y a una vivencia de la mística del seguimiento cristiano como origen de su misión evangelizadora, el papa recala en la necesidad de una ascética, de un estilo de vida basado en la atención vigilante y la adoración del verdadero protagonista de la Iglesia y el verdadero agente de su continuidad: "Necesitamos oración, penitencia y adoración... estas actitudes, verdaderas medicinas espirituales permitirán volver a experimentar que ser cristiano es saberse bienaventurado, y por tanto portador de bienaventuranza" (n. 12).

Pero, el papa predica con el ejemplo. No pretende que estas reflexiones constituyan una ingeniería pastoral que por sí sola revierta las tendencias negativas y nos reinstale en un punto anterior a la crisis. Al realismo del reconocimiento de las serias dificultades del momento actual, Francisco le suma una profunda fe en que estamos en manos de Dios y en la fuerza liberadora del Evangelio: "Es cierto, hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que se adapta, se tansforma y siempre permanece, al menos como brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinatemente amado, más allá de todo" (n. 7). Y con ello, con esta actitud de confianza, una vez más, Pedro confirma a sus hermanos y cumple el encargo de apacentar al rebaño que Jesús le encomendara después de la cruz y antes de la eternidad (Jn 21).

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