sábado, 12 de noviembre de 2022

SINODALIDAD Y LA DIFÍCIL RECEPCIÓN DEL VATICANO II

 

La recepción del magisterio de la Iglesia, como la acogida de una nueva legislación por la sociedad, o la digestión tras una copiosa comida, es una tarea lenta, laboriosa, dificultosa. Y el concilio Vaticano II no ha sido una excepción. Lo cual, por otra parte, era de esperar, pues no en vano, a pesar de los resultados de las votaciones de sus documentos, el último concilio ecuménico de la Iglesia Católica (1962 - 1966) nació y se desarrolló en medio de una seria división de orientaciones eclesiales. Los sectores conservadores de la propia curia romana intentaron por todos los medios, primero controlar la elaboración de los esquemas preparatorios para evitar sorpresas innovadoras, y cuando esto fue imposible, por la iniciativa del papa Juan XXIII para abir la redacción de esos esquemas a comisiones más plurales y procedentes de fuera de Roma, reconducir los debates para que la tendencia más renovadora no alcanzara todas sus pretensiones de un auténtico "aggiornamento" de la Iglesia. Y, aunque la postura que prevaleció en los documentos conciliares, se correspondía con la de aquellos que pedían una reforma en clave renovadora, sin embargo, la posterior aplicación del concilio, con las sucesivas directrices que requería su puesta en marcha, fue un proceso de progresiva ralentización durante el papado de Pablo VI y de reconducción por la vía de la reinterpretación del "espíritu" del concilio bajo el largo pontificado de Juan Pablo II. Y Joseph Ratzinger, más tarde Benedicto XVI, puso todo su potencial teológico, brillante, sólido e inteligente, al servicio de una comprensión con sordina de las reformas auspiciadas por el Vaticano II, sobre todo, de la comprensión de la Iglesia como Pueblo de Dios, expresión que fue paulatinamente sustituida por la de "Comunión", con la intención de que la Iglesia no dejara de ser un misterio para convertirse, degradarse les parecería a los que comulgan con esta postura, en mera sociedad humana, organización colectiva con visos de imitación de las democracias modernas.

Los hitos del proceso de relectura en clave restauradora del Vaticano II son muy numerosos y abarcan prácticamente el grueso del largo ministerio papal de san Juan Pablo II y el pontificado más breve de Benedicto XVI, pero se pueden citar algunos de especial relevancia por su efecto en la vida eclesial:

  • Una revisión de la teología del ministerio presbiteral (Pastores dabo vobis) y de las directrices para la formación de los presbíteros, que incidían en una línea de segregación del ministerio y clericalización del mismo frente a la orientación más pastoral y comunitaria que inspiraba la eclesiología de Lumen Gentium. En esta línea también se produjo una ralentización de los procesos para conceder la dispensa a los presbíteros que la solicitaban.
  • La insistencia en la concepción ritualista de la liturgia, más centrada en el cumplimiento de las rúbricas que en la significatividad de los propios ritos.
  • Un comprensión del ministerio episcopal centrada en el Derecho Canónico y las tareas de gobierno que en el pastoreo y acompañamiento de las comunidades diocesanas.
  • El ejercicio censor y proclive al alarmismo teológico por parte de la Congregación de la Doctrina de la fe, con numerosos conflictos centrados en aquellas teologías que seguían profundizando en las líneas abiertas por el Vaticano II, sobre todo en la orientación dialogal con el mundo moderno auspiciado por la Gaudium et Spes.
  • Trato de favor y preferencia a los llamados "nuevos movimientos eclesiales" (Opus Dei, Neocatecumenales, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo...) como si fueran la verdadera y única expresión de la autenticidad eclesial y evangelizadora.

Con la propuesta del papa Francisco de abordar en el sínodo de 2024 la sinodalidad de toda la Iglesia, como algunos detractores de dicha iniciativa han señalado capciosamente, no se trata de nada nuevo. El carácter sinodal de la Iglesia es un elemento constitutivo de la Iglesia y no se descubre ahora. Pero, si hay que trabajar en lo que supone el verdadero ejercicio del sacerdocio bautismal y de la comunión que configura al Pueblo de Dios, será porque esta dimensión ha sido durante siglos supeditada a una vivencia más jerarquizada de la diversidad de ministerios y carismas. Por este motivo, somos muchos los que pensamos que el verdadero singificado y la fuerza motivadora de la propuesta del papa Francisco sobre la sinodalidad, es recuperar y profundizar el proceso de recepción del concilio Vaticano II. Y es que la recepctión del magisterio, como fruto de la vida misma de la Iglesia, está sujeta a las tensiones, avances y retrocesos propios de una realidad plural y diversa. Creemos que ahora estamos ante un momento de impulso de la azarosa aplicación del Vaticano II.

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