lunes, 2 de enero de 2023

JOSEPH RATZINGER: DEL PRÓLOGO AL TESTAMENTO

 


Con motivo de la muerte de Benedicto XVI, papa emérito, la Santa Sede ha publicado su testamento espiritual. Redactado el 29 de agosto de 2006, el difunto papa emérito no lo había modificado y así como lo compuso lo ha dado a conocer la Sala de Prensa del Vaticano. Junto a las debidas expresiones de gratitud y petición de perdón, el que fuera gran teólogo, Joseph Ratzinger, hace también unas consideraciones sobre la fe y la teología que merecen la pena leerse en clave de reconocimiento de su propio diagnóstico de la situación presente de la Iglesia y su interpretación al respecto. Hay una continuidad con otros balances que Ratziner ha hecho del curso de la historia de la Iglesia y la teología en el mundo moderno, como veremos en el que plasmó para la nueva edición, en el año 2000, de su importante obra Introducción al cristianismo (1967). 

Citamos a continuación la parte del testamento donde el difunto Benedicto XVI pide por la peresverancia en la fe, advirtiendo del peligro de la confusión y referenciando coordenadas teológicas que fueron en su momento causa de esa confusión:

¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.

 Vemos la preocupación de Ratzinger, como teólogo y pastor pora la firmeza de la fe ante la amenaza de una aparente incompatibilidad con la ciencia y el saber histórico - crítico. Concretamente, se refiere a la pretensión de una verdad irrefutable por parte del saber empírico y criticista que tenía más de interpretacón filosófica que de auténtica ciencia. Y, concretamente desde el campo teológico, dichas tergiversaciones tienen nombre de escuelas (la teología liberal, la exégesis existencialista y "la generación marxista". Y de nombres, algo inaudito para un documento de este tipo: Harnack, Jülicher y Bultmann. Sale aquí el que además de teólogo fue también prefecto de la Congregación de la Fe y tuvo un papel de censor, en el sentido de evaluar, no de censurar, pero sí de emitir juicios que calificaban el posible error o peligro de error en difrentes teologías y autores. En este caso, Ratzinger califca estas teologías que se derrumbarían con el tiempo, de "hipótesis". Frente a todo lo cual, sobresale y resiste la verdad de Cristo y de su Iglesia. 

Aunque podemos estar plenamente de acuerdo en que las "hipótesis" citadas, hoy no parecen "inamovibles" y  están en muchos aspectos superadas, como tales hipótesis sí que fueron valiosas para animar y enriquecer el proceso reflexivo de la teología. El diálogo que hace crecer y profundizar la interpretación teológica sí que se valió oportunamente de esas hipótesis y, en este sentido, fueron tan necesarias como, justo es de reconocer, provisioinales. Puede que la absolutización de esas líneas apuntas por el papa Benedicto XVI sí fuera un socavamiento de la libertad y originalidad de la fe. Pero, también algunas de las intuiciones de base de las líneas teológicas hoy desbordadas por el paso del tiempo y la evolución de la teología, sí que están activas por debajo de las mismas teologías que las sustituyeron. Por eso, merece la pena ver otro balance más extenso y ponderado que el teólogo Ratzinger hace de esas generaciones anteriores y sus posibles desviaciones respecto a la verdad de la fe.

En el prólogo a la edición del año 2000 de su Introducción al cristianismo, Ratzinger da dos fechas para marcar el decurso de la cultura moderna europea y su posible peligro para la fe. 1968 con la revolución cultural del mayo francés y 1989 con la caída del muro de Berlín, serían las piedras miliarias de dos hitos que suponen un reto para el cristianismo. Por debajo de estas dos fechas y de las múltiples teologías y filosofías que desde el XIX han puesto en jaque el pensamiento cristiano, un hilo conductor: una humanidad ensoberbecida por su progreso, una razón monopolística en su concepción de la verdad, una ciencia abosolutizada por sus avances "imparables" e "incuestionables"... son caras de la misma realidad poliédrica pero íntimamente uniforme: la modernidad antropocéntrica. 

Ante este frente común de la modernidad contra la fe, que sumaría la ciencia, la sociología, la política y, en fin, la cultura modernas, Ratzinger reivindca la fe auténtica y libre, pero como un "hecho diferencial" (cita a Guardini) que no puede dejarse absorber por el pensamiento que prescinde de Dios para explicar y dictar la verdad. Y el peligro no estaría solo fuera, en la cultura y la producción intelectual, sino en la tentación de la propia fe, la Iglesia y su teología, cedan su verdad cristocéntrica en aras de una acuerdo falsificante con las razones y motivaciones del pensamiento inmanentista y empirista. No en vano, esta obra de Ratzinger (tal vez la mejor de su extensa y concienzuda producción) es un comentario al credo. Es la fe, es Dios en Jesucristo y Jesucristo por ser Dios y hombre, los verdaderos pilares de la verdad de la fe y de su originalidad insobornable. 

De una mente preclara y de una fe sincera como las que muestra Ratzinger, debemos tomar nota cuando advierte peligros y apunta líneas de confusión en el movimiento de acercamiento y traducción entre la fe y el pensamiento moderno. Pero, no obstante, si antes dijimos que la teología no puede avanzar sin hipótesis parciales y superables, ahora debemos defender que la fe no puede vivir su verdad sin exponerse al intercambio con el mundo y sus razones; el intercambio intrínseco a una fe encarnada, que es la que puede apoyarse en Jesucristo y la única, aún con sus zonas fronternizas, propias de toda encarnación, que puede vivirse como verdad. Porque la firmeza de fe a la que Benedicto XVI nos llama desde sus últimas voluntades, es la de una fe vivida no en un mundo aparte y exento de confusiones, sino en el único y común mundo que compartimos con quienes viven sin fe y nos preguntan a los que la tenemos por su coherencia vital y racional.

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