viernes, 22 de marzo de 2019

Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Primer acto de la Pasión.



El principal argumento de historicidad en la exégesis histórico - crítica de los evangelios es el de múltiple atestación: cuando un pasaje o enseñanza está atestiguado en más de un evangelio. Según este criterio, la entrada de Jesús en Jerusalén, o para Juan el recibimiento triunfal de Jesús en Jerusalén, alcanza el máximo de historicidad, pues aparece en los cuatro evangelios: Mc 11,1-11; Mt 21,1-11; Lc 19,28-40; Jn 12,12-19. En todos ellos, este acontecimiento abre la etapa conclusiva de la narración sobre la vida de Jesús, su última estancia en Jerusalén y dentro de ella, su pasión, muerte y resurrección. Es por tanto, el principio del fin y el comienzo de un camino que no termina pues se prolonga en la gloria y plenitud de la vida resucitada, de la vida en Dios.
Sin embargo, entre esta apertura del ultimo escenario y los hechos propiamente de la Pasión, hay un interludio de signos y enseñanzas de Jesús en Jerusalén previos a la última cena que tienen mucho que ver y decir sobre lo que ocurrirá después: la purificación del templo en lo sinópticos (Juan la pone al comienzo de su evangelio, aunque también en el contexto de una Pascua: Jn 2,13-17), posicionamientos sumamente críticos con la tradición judía, parábolas cargadas de juicio y futuro, la unción de Betania (en Marcos, Mateo y Juan)... aldabonazos de una tensión creciente y fulgores de un significado que trasciende la inmediatez de lo sabido y acostumbrado para abrir la interpretación de la historia universal y la del propio Jesús a un horizonte de eternidad, la del amor de Dios.
Básicamente, los cuatro evangelios narran los mismos hechos: entrada y recibimiento de Jesús en Jerusalén a lomos de un borrico. El detalle del borrico no es secundario, tiene su precedente profético: Is 62,11 y Zc 9,9, citado literalmente por Mt 21,5 y Jn 12,15 donde se habla de un rey que viene montado sobre un pollino:
¡Alégrate mucho, hija de Sión!
¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén!
Mira que tu Rey viene hacia ti;
él es justo y victorioso,
es humilde y está montado sobre un asno,
sobre la cría de un asna.
Es, pues, un texto mesiánico, se trata de un rey futuro y con una misión pacificadora triunfal de alcance universal. Y que, a pesar de su destino victorioso y totalizador (todos los pueblos se verán beneficiados por los efectos de su misión) apuesta por la humildad frente a la prepotencia y la soberbia. Esta cualificación humilde y servicial, frente a otra concepción triunfalista y egocéntrica del mesianismo de Jesús no hace sino confirmar la opción del desierto y el tiempo de las tentaciones.
La corroboración de que se trata de un signo con tintes proféticos y mesiánicos la aportan los que reciben a Jesús con palmas y vítores: "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Sal 118,25-26) y "Hosanna en lo más alto" (Sal 148,1). Al texto base de Marcos, Mateo añade al final una lacónica presentación de Jesús por parte de la gente: "Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea". Mientras que Lucas completa el texto con un colofón más polémico (Lc 19,40), los fariseos se quejan de las aclamaciones sobre Jesús y éste les contesta con una cita profética: "Si estos callaran, gritarían las piedras" (Hab 2,11).
Un acontecimiento muy probablemente histórico y con un innegable sabor mesiánico. Pero, por el lugar que ocupa en la trama de la vida de Jesús y de su narración por parte de los evangelios; por el hecho en sí mismo más allá de la cabalgadura y la bienvenida en forma de proclamación, ¿qué otros significados comunica la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén?
Tres son a mi entender los mensajes teológicos que se desprenden, además del mesianismo humilde por el que ha apostado Jesús: Determinación, publicidad, reciprocidad.
1. Determinación. Jesús había tomado mucho antes la decisión de ir a Jerusalén y, con ella, asumía las consecuencias negativas de su misión, el rechazo, el escándalo, el abandono, la muerte. Pero, cuando ya ha llegado al escenario de la consumación del carácter sacrificial de su mesianismo, de la irreversibilidad de la apuesta por el plan de Dios, con su exigencia de plena confianza a pesar de los pesares, esa determinación debe ser manifestada sin equívocos, mostrando que no es la mera continuidad de unos pasos que le han llevado hasta ahí, sino que ha llegado hasta aquí para hacer esto y no otra cosa. El modo que adopta Jesús para abrir esta fase definitiva de su vida y misión muestra a las claras que está plena y libremente asumido por su identificación con lo que quiere el Padre.Solo quien ha logrado una gran unificación de todas sus dimensiones y una lectura integral de todas las etapas de su vida, puede reconocerse en lo que hace y hacerse a sí mismo en lo que le pasa. Esta determinación no es pues un arrebato de valentía, ni una repentina y gloriosa iluminación (la Trasnfiguración está ya en el pórtico del esta última fase del proyecto de Jesús) sino fruto de la gradual y educativa maduración de lo que uno mismo es en su fondo más auténtico.
2. Publicidad. Forma parte de la determinación de Jesús de llegar a Jerusalén hacerlo de manera pública, sin esconderse. Pero no se trata solo de un acto de valentía que evita el ocultamiento, la huida, que por otra parte seguirá tentándole hasta el final ("Señor, si es posible haz que pase de mí este cáliz"). El carácter intencional de esta publicidad es parte de la conciencia de su misión: anunciar el Reino para que llegue a cuantos más destinatarios posibles. Una vez más, al contrario de lo que le ofreciera el tentador en el desierto, no se trata de su propia y personal conveniencia, sino de servir a los demás para cumplir la voluntad del Padre, para hacerles llegar su deseo de vida y salvación para todos.
3. Reciprocidad. El riesgo que supone la publicidad de una entrada notoria y llamativa tiene también una segunda intención educativa, provocadora, transformadora: invitar a cuantos la vean a tomar también sus propias decisiones respecto a lo que Dios les ofrece a través de su humilde siervo que, a pesar de haber renunciado a lo grandioso y aparente es el que cumple las promesas y trae la victoria definitiva sobre el pecado, la ley y la muerte. Ya sea vitoreándole con fe, o interrogando perplejos, o incluso con escándalo por este atrevimiento que les parece a algunos una desfachatez, la entrada de Jerusalén reclama una reacción, una respuesta. Con la atención despertada por este gesto mesiánico, coherente y humilde, Jesus interpela a los que lo veían llegar a la ciudad santa montado en un asno, como lo hace ahora a quienes leemos y meditamos estos textos, que los acontecimientos que aquí tienen su prólogo inmediato, la pasión, muerte en la cruz y resurrección, no nos pasen desapercibidos, sino que los consideremos como tal vez la mejor ocasión de nuestras vidas para tomar también nosotros nuestra propia deteminación sobre el sentido y finalidad de nuestras horas y nuestros pasos.

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