lunes, 24 de agosto de 2020

J. B. Metz in memoriam. La fe, en la historia y la sociedad


El 2 de diciembre de 2019 murió en Munster el teólogo católico Johann Baptist Metz. Gran discípulo de Karl Rahner, porque supo leer su novedad y elaborar a partir de ella una reflexión propia que la trascendía en una dirección más contextual y práctica. Su última obra publicada en españo, Por una mística de ojos abiertos (Herder, 2013) bien pudiera servirnos como semblanza de su biografía teológica: fe vivida en y para transformar la historia, una espiritualidad encarnada, fidelidad a su maestro Rhaner, compromiso con la realidad y el futuro de la Iglesia. No haremos aquí un repaso del conjunto de sus aportaciones teológicas, sino que comentaremos uno de sus libros más relevante: La fe, en la historia y la sociedad. Esbozo de una teología fundamental para nuestro tiempo, (Ediciones Cristiandad 1979).
Una de las renovaciones teológicas que gestaron el concilio y que del concilio extrajeron renovadas fuerzas para su propia identidad fue la Teología Fundamental. Superada la mera finalidad apologética, esta disciplina buscaba un estatuto propio que le permitiera servir al conjunto del saber teológico como plano maestro (fundamentación epistemológica), pero también como faro que localiza la línea de costa y el destino de la navegación (fundamentación propiamente teológica, y por ello, pastoral, práxica, eclesial). En esta doble finalidad de la teología fundamental y después de haber asumido las claves suministradas por Karl Rahner y que bien podía resumirse como el giro antropológico en la comprensión de la fe, J.  B. Metz propone ir más allá al localizar el discurso sobre la fe en las dos coordenadas señalada en el título: la historia y la sociedad. Y así nacía la llamada Teología Política. Con esta doble contextualización el discípulo no corregía, pero sí que ampliaba el marco propuesto por Rahner. Una ampliación que, a su vez debería ser rebasada por las sucesivas teologías que, respondiendo a su propia realidad histórico - social deberían concretar qué suponía para ella decir la palabra de la fe de modo relevante, decisivo, consecuente. Y esto fue lo que hizo la Teología de la Liberación.
Estructurada en tres partes (I. Concepto; II. Temas; III. Categorías) la obra que reseñamos de J. B. Metz abandona voluntariamente la pretensión de una reflexión lineal, totalizadora y cerrada. A cambio, como le ocurrirá sistemática y sistémicamente a la teología fundamental a partir del concilio, propone una serie de reflexiones que crecen en red, sin aspirar a una explicación global sino abierta en varias líneas (teológica, eclesial, social, política, espiritual...) dejando el amargo, pero no por ello desagradable ni mucho menos poco nutritivo, sabor de lo incompleto, de lo que pide más reflexiones posteriores y, sobre todo, nuestras propias reflexiones para nuestro aquí y ahora, aunque cuando se releen las valoraciones de Metz sobre su momento eclesial resultan sumamente actuales y proféticas.
En cuanto al concepto de teología fundamental (I) que salga del bucle teórico e ideológico de la ilustración centrada en un sujeto sin sujeto, el sujeto burgués de la sociedad y de la Iglesia, Metz reivindica el carácter práctico de la apologética cristiana. De hecho, "la fe cristiana es una praxis dentro de la historia y la sociedad, que se concibe como esperanza solidarida en el Dios de Jesús en cuanto Dios de vivos y muertos que llama a todos a ser sujetos en su presencia" (p. 91) Sobre esta concepción de la fe, la teología fundamental tambien deberá ser práctica, es decir, una teología política del sujeto, pero el sujeto caracterizado social e históricamente, y a cuyo servicio la teología deberá desarrollar los motivos para la solidaridad y la esperanza. Y todo ello sin olvidar que la primera praxis es la oración que ancla en el horizonte de Dios nuestros proyectos e iniciativas.
Para concretar este modelo de teología política, Metz aborda seis temas que son otros tantos lugares en los que la fe como acción del Reino en la vida real de las personas y los pueblos se ve contrastada con dificultades teóricas o estimulada por la recuperación de elementos revitalizadores de dicha fe. Así, habla de la libertad de Jesucristo y la experiencia cristiana (por lo tanto tamibién de la Iglesia) como recuerdo "peligroso" de dicha libertad. También reflexiona sobre el futuro a la luz de la memoria de la pasión, perspectiva que va mcuho más allá de la ideología del progreso sin fin. Otra dialéctica que trata es la que se da entre la redención y la emancipación universal y total, que supera la visión dolorista y meramente resignada de la historia del surfimiento. La Iglesia, como pueblo sería una de las recuperaciones del sujeto histórico de la fe y la teología. La Iglesia del pueblo y el pueblo de Dios se configuran como una nueva forma de ser pueblo, una comunidad de sujetos activos y conscientes de la necesidad de su compromiso en el mundo para que sea efectiva la plena dignidad de todos los seres humanos. Otra encrucijada teológica es la que plantea tomar opción entre un cristianismo trascendental (aquí hay una crítica a Rahner) que no ha salido del idealismo hegeliano y, por tanto carece de sujeto real; o un cristianismo narrativo y práctico, que parte de la vida y alimenta esa vida con el recuerdo de Jesús y la acción de los cristianos. Por último, en esta segunta parte donde se esbozan algunos temas que la nueva teología fundamenta debería escudriñar, está la esperanza apocalíptica, que frente a una visión cortoplacista y utilitaria de la esperanza asume la necesidad de luchar por el "tiempo perdido", el aparentemente desperdiciado porque frente a los poderes del mundo siempre parece fracasar, pero que encuentra en esa esperanza un motivo y aliento para la resistencia.
En la tercera parte se profundiza en las categorías de esta forma práctica y política de hacer teología. Ya se han ido presentando a lo largo de las dos partes anteriores, y son el recuerdo, la narración y la solidaridad. Se diría que esta es la parte metodológica, la sintaxis de esta teología con y para sujeros históricos, reales e insertos en la sociedad.
Requiere esta obra de Metz una lectura atenta y rigurosa, pero junto al trabajo que exige entrar en su diálogo con la historia de la teología y con los modelos filosóficos e ideológicos que guían dicha historia, sugiere muchas líneas de pensamiento y acción que constituyen el mejor premio de haber hecho el esfuerzo de leerla.



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